lunes, 18 de julio de 2016

NÚMEROS. CAPÍTULO 11.

Incendio


111El pueblo se quejaba al Señor de sus desgracias. Al oírlo él, se encendió su ira, estalló contra ellos el fuego del Señor y empezó a abrasar el extremo del campamento. 2El pueblo gritó a Moisés; éste rezó al Señor por ellos, y el incendio se apagó. 3Y llamaron a aquel lugar Tabera*, porque allí había estallado contra ellos el fuego del Señor.



Quejas del pueblo y de Moisés (Ex 5,22s; 16)



4La masa que iba con ellos estaba hambrienta, y los israelitas se pusieron a llorar con ellos, diciendo:

5-¡Quién nos diera carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, y melones, y puerros, y cebollas, y ajos. 6Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná. 7(El maná se parecía a semilla de coriandro, con color de bedelio; 8el pueblo no se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. 9Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él el maná).
10Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor, y disgustado 11dijo al Señor:
-¿Por qué maltratas a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? 12¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz para que me digas: <<Toma en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres? 13¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: Danos de comer carne. 14Yo sólo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. 15Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.


Anuncio y cumplimiento (Ex 18,21-26)



16El Señor respondió a Moisés: 

-Tráeme setenta dirigentes que te conste que dirigen y gobiernan al pueblo a la tienda del encuentro y que esperen allí contigo. 17Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.
18<<Al pueblo le dirás: <<Purificaos para mañana, pues comeréis carne. Habéis llorado pidiendo al Señor: "¡Quién nos diera carne! Nos iba mejor en Egipto". El Señor os dará de comer carne. 19No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, 20sino un mes entero, hasta que os produzca náusea y la vomitéis. Porque habéis rechazado al Señor, que va en medio de vosotros, y habéis llorado ante él diciendo: "¿Por qué salimos de Egipto">>.
21Replicó Moisés:
-El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, y tú dices que les darás carne par aque coman un mes entero. 22Aunque matemos las vacas y las ovejas, no les bastará, y aunque reuniera todos los peces del mar, no les bastaría.
23El Señor dijo a Moisés:
-¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si se cumple mi palabra o no.
24Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta dirigentes del pueblo y los colocó alrededor de la tienda. 25El Señor bajó en la nube, habló con él, y apartando parte del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta dirigentes del pueblo. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, una sola vez.

Eldad y Medad

26Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. 27Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
-Eldad y Medad están profetizando en el campamento.
28Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
-Prohíbeselo tú, Moisés.
29Moisés le respondió:
-¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
30Moisés volvió al campamento con los dirigentes israelitas.

Tumbas de Quibrot Hatavá

31El Señor levantó un viento del mar, que trajo bandadas de codornices y las arrojó junto al campamento, aleteando a un metro del suelo en un radio de una jornada de camino. 32El pueblo se pasó todo el día, la noche y el día siguiente recogiendo codornices, y el que menos, recogió diez cargas, y las tendían alrededor del campamento.
33Con la carne aún entre los dientes, antes que se acabase, la ira del Señor hirvió contra ellos y los hirió con una grave mortandad. 34El lugar se llamó Quibrot Hatavá*, porque allí enterraron a los glotones.
35Desde allí se marcharon a Jaserot*, donde se quedaron.


Explicación.



11,1-3 Apenas comenzada la marcha, comienzan los problemas internos. El capítulo está localizado en dos lugares: Tabera y Quibrot Hattawa, tiene por tema común dos protestas populares y se articula en dos episodios.


El primero, más que un relato, es un esquema: pecado del pueblo, castigo de Dios, intercesión de Moisés, perdón. Animan el esquema: el participio hitpael de las quejas, la visión de la ira divina como fuego corpóreo que devora y consume; el topónimo deducido del incendio. El episodio puede haber sido inventado para explicar un topónimo (que no figura en el cap. 33); podría conservar un vago recuerdo histórico.

11,3* = Estallido.

11,4-33 Dos o tres narraciones han sido hábilmente entretejidas en este pasaje: el maná, las codornices, los setenta ancianos. Por si fuera poco, se añade el apéndice de Eldad y Medad.

El cansancio del maná, ¡plato único cotidiano!, provoca el deseo de carne y las consiguientes quejas del pueblo; las quejas provocan el disgusto de Moisés y su cansancio en el cargo, ¡estoy harto! A la queja de Moisés responde el señor bifurcando su acción: para el pueblo codornices hasta hartarse, para Moisés colaboradores expertos. Tal es el movimiento narrativo.

11,4-6 Esta "masa" aparecía ya en Ex 12,38. La queja de los israelitas continúa la serie de Ex 14; 15,23-25; 17,2-7; y seguirá con más casos. La queja supone que no disponen de rebaños. La dieta egipcia está exactamente descrita.

11,7-9 La descripción del maná no coincide con la de Ex 16,31. Según Ex 16,21, el calor solar lo disolvía; aquí el calor del fuego lo cuece. Otros textos lo llaman "grano celeste" (Sal 78,24) o "pan celeste" (Sal 105,4); léase el desarrollo de Jn 6. Quienes buscan una explicación realista del fenómeno lo identifican con unas excrecencias veraniegas del tamarisco.

11,11-15 La súplica de Moisés es admirable por la intimidad que delata. Es queja amorosa y audacia comedida. El Señor maltrata a un siervo que le ha servido fielmente, y el amo sale perdiendo. El siervo no alcanza el favor esperado (Ex 33,12.13.16). El pueblo es una carga impuesta por Dios, no escogida ambiciosamente por Moisés.

Moisés no está obligado a llevar la carga; no es él la madre del pueblo ni la nodriza. ¿Quién es la madre? A ella toca alimentar al pueblo niño, aunque sea caprichoso; que muestre en ello su cariño. Sobre la imagen materna véanse Is 49,22s y 66,12. Aunque la imagen materna no se suele aplicar a Dios, él ha llevado al pueblo (Ex 19,4; Dt 32,11). Además, Moisés no puede llevarlo, porque no tiene fuerzas para ello: el pueblo llora, siempre descontento.

Aplastado por el peso de la responsabilidad, pide por favor que Dios lo haga morir (cfr. Elías: 1 Re 19,4; Jonás 4,3).

11,16-17 Moisés pide la renuncia propia o la ayuda de Dios: ¡solo no puedo! Dios le responde: ¡búscate colaboradores! Los ancianos colaboradores han aparecido en la propuesta de Jetró (Ex 18), como grupo de setenta en la alianza (Ex 24).

Dios envía su espíritu a los elegidos para que desempeñan su función específica al servicio de la comunidad: profetizar, gobernar, tareas del santuario... La cantidad de espíritu es proporcional a la responsabilidad del elegido. Moisés posee una plenitud que, al repartirse la responsabilidad del gobierno, tiene que repatirse entre todos. La unidad y participación están bien expresadas en esta fórmula, un poco cuántica, del espíritu. Dios es el duño: lo da, lo retira, lo reparte como quiere. Véase la versión de Dt 1,9-18, con intervención del pueblo.

11,18-20 Segundo tema. Dios accede a la petición del pueblo, al tiempo que denuncia el pecado y anuncia el castigo. El pueblo ha pecado contra el Señor renegando de la liberación de Egipto. El castigo irá incluido en el don: por la avidez desmedida de la gente, el don bueno se vuelve un mal. El pueblo se purifica o santifica para asistir a la manifestación divina, para recibir la carne como don de Dios.

11,21-23 La objeción de Moisés es de prudencia humana, y toca el honor de Dios; curiosamente, menciona rebaños de ganado mayor y menor. Dios responde defendiendo su honor, apelando a su mano generosa (Is 50,2; 59,1), a su palabra segura (Is 55,11).

11,24-25 El primer efecto del espíritu sobre los ancianos es provocar en ellos un estado de entusiasmo o frenesí religioso, con manifestaciones externas que atestiguan la presencia activa del espíritu (cfr. 1 Sm 19,20-24). La manifestación es inicial y única; después viene la tarea cotidiana de gobierno. Con esto termina el tema.

11,26-30 Pero sucede un epílogo inesperado. Probablemente un relato autónomo de vocación, que el autor ha introducido aquí por el tema común. Precisamente por lo inesperado, nos enseña una lección importante. Eldad y Medad, en la mente del autor, estarían en la lista total de ancianos hábiles, pero no en la lista de los setenta escogido. El espíritu les invade fuera de la liturgia, fuera de la tienda, fuera de la forma colegial; el espíritu se salta las reglas prescritas. El espíritu es libre, soberano; está por encima de Moisés y de la palabra. Josué siente celos por el prestigio de su maestro; piensa que Moisés tiene que imponer su autoridad y prohibir absolutamente tales manifestaciones, para que el espíritu quede circunscrito al grupo que el mismo Moisés ha convocado y consagrado. Moisés responde con talante magnánimo. Su petición se vuelve anuncio en Jl 3,1-2 y cumplimiento en Hch 2.

11,31 El viento está al servicio de Dios (Sal 104,4).

11,34 * = Tumbas de Avidez o "tumbas ávidas", insaciables (cfr. Prov 21,26). El autor traslada la avidez a los israelitas.

11,35* = Corrales.

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